jueves, 25 de junio de 2015

AQUEL GALEANO (3)

En dos apuntes anteriores, había una especie de modesto homenaje a un uruguayo y a una obra, que están ya en la Historia de este país. Recogían un par de anécdotas, de las muchas, con Eduardo Galeano, con quien supimos compartir dos años de trabajo en un Banco, al que él llego, a comienzos de 1957, recién cumplidos los 17 años de lo que sería  una prolífica y plena vida, orgullo del Uruguay. A los dos apuntes agregamos el presente, con el que se completa nuestro propósito. Esto ocurrió en los primeros meses de 1959, luego de rendir la prueba finalizando su pasantía, una vez cumplidos los 18 años. 


Una vez confirmado en su trabajo, Galeano se afilió al sindicato bancario (AEBU).Nosotros teníamos actividades diarias allí, después de la jornada laboral, editando un periódico tabloide quincenal. Muchas veces Eduardo era un activo compañero en aquellas tareas, que eran sus experiencias nuevas, en algo que se percibía en él, casi como ansia vital: su curiosidad insaciable en el vivir diario de la gente o algo así. Además aquellos tiempos anunciaban ya lo que sería una década de efervescencia social, política, sindical como fue la de los años 60. En el 68 nace la CNT. La realidad del país sufre el “pachecato”.

Al inicio de la década de los ’70 aparece el Frente Amplio y dos años después 
el Golpe Militar. Cae una negra noche que aquí dura hasta los ’85 y que asola a casi
toda América Latina. Volviendo a los comienzos de 1959, había un largo conflicto bancario, que no venía muy bien. Había desgaste en el gremio. Si o si había que buscar una salida. Para eso se convoca una Asamblea en el local del Platense. Lleno total y gente en la calle. Consejo del Sindicato trabajó la noche anterior hasta el amanecer, en la moción a proponer a la Asamblea. La situación era que algo quedaba en el camino… y que algo se conseguía...

El grupo de nuestra Agencia, menos el Gerente que no era afiliado, estábamos juntos. No se hablaba mucho. Existía gran nerviosismo. Corría la voz que esa noche, Patronal y Gobierno sacaban aviso en TV, dando plazo hasta el día siguiente para reintegrarse. Eso o esperar telegrama del despido. Con el local al tope, en el estrado acomodaban para iniciar. En eso traen un pizarrón, en el que escritos con tiza, los anotados para el debate. ¿A quién vemos allí? A Eduardo Hughes Galeano. Quedamos fríos y a coro nos salió un ¡¡¿Tu te has anotado?!! –“Es claro, porque yo tengo algo que decir…” Todos en silencio… 
  
Se inicia la asamblea con el habitual informe de los dirigentes del Consejo. Los anotados para hablar no eran muchos, serian unos diez y nuestro Galeano por la mitad de la lista. Le toca, se levanta y enfila al micrófono. En eso, desde el centro de la multitud se oye un grito-alarido: ¡¡Vo, guri…¿no tenias clase hoy o no te dejaron entrar…?!!! Y estalló una carcajada infernal… Nos corrió un frio por la columna, cerramos los ojos y pensamos…creo que todos…”a este hoy lo sacamos en camilla…” y lo miramos…iba por la mitad del camino…no había un detalle que moviera su calma. Bajó la altura del micrófono y como si tal cosa…

Abrir los ojos y mirarlo y ver aquella calma mientras seguía el bullicio, creo que nos daban ganas de gritar que se callaran y escucharan. Pero no fue necesario. Dos minutos y había silencio. Nueva sorpresa. ¿Se entiende esto después de cómo lo recibieron.? Debe haber hablado algo como diez minutos. Se da vuelta y deja un papel en el estrado. Al volver le preguntamos que había dejado. “Les deje un moción mía para votar.” Otra sorpresa. Habla uno más de la lista del pizarrón  y alguien del público plantea una moción de orden. Pide cerrar la lista de oradores y pasar a votar. Cerrado aplauso da por aprobada la propuesta.

Para decidir había dos mociones. Votan la del Consejo. Multitud a favor. Votan la de Galeano y se ve otra multitud casi igual a favor. Vieron que para definir aquello había que separar a la gente en dos bandos y contarlos. Se decide pedir un cuarto intermedio. Llaman a Galeano a la trastienda y se hace lo que se llama una “refrita”. Conformar una moción a partir de las dos. Y sucede así. Se reinicia la asamblea planteando una “moción conjunta”. Al costado del estrado esta Galeano esperando la votación. Desde donde estábamos, ahí si contrastaba su menuda estampa de niño grande... Cerrado aplauso de pie consagra la moción: “Aprobada por unanimidad”. En eso llega Eduardo y soporta abrazos y besos de las dos compañeras del grupo. Afuera, cuando salíamos, muchos se acercaban a felicitarlo. Fue algo así como el hombre del día… al que nosotros ya queríamos mucho...


Félix Duarte 

martes, 9 de junio de 2015

AQUEL GALEANO (2)

 En un apunte anterior, nos referimos a un día de 1957, en el que un jovencito de 17 años recién cumplidos, llegó a un banco en el cual trabajábamos. De los dos años siguientes hay recuerdos. Estas dos notas intentan un modesto homenaje a un uruguayo y a una obra que seguirá en el tiempo.  Por ejemplo lo de hoy debió ser allá por los finales del 1958. A esa altura, Galeano había “ganado” un huequito en el corazón de cada uno de los 15 . Desde el Gerente al Portero. Uno de ellos era fanático de los  apodos” y nadie escapaba. A poco de llegar el jovencito pasó a ser “Ugues”,  por  lo del apellido Hughes.

Lo de trabajar juntos y compartir enfoques en temas y en ideas, fue creando una cosa como cercanía afectiva entre nosotros. Un día al poco rato de iniciar la jornada, nos pregunta…”¿Qué tenes que hacer mañana por las 10…?” Al responderle que nada, nos explica…”Entonces te necesito. Al fin de la tarde te explico, pero siempre que me prometas no decir nada. Ni aquí ni a nadie del Banco…” Le dije que lo prometía y le pedí que me dijera de que se trataba…”  “Cuando estemos saliendo”  fue su respuesta y la verdad es que me instaló una gran curiosidad…que me hizo mirar un reloj que parecía no moverse.

Al salir, ya en 18 de Julio, nos detenemos y dice…”A las las 10 mañana, en el Juzgado de la calle Cabrera, a media cuadra de Comercio…me caso y quiero que seas mi testigo…y ahí viene mi chofer…y recuerda lo prometido…” La sorpresa fue real, mientras Ugues saludaba con la mano, ascendiendo al ómnibus. El punto no era que se casara, es lo más común.  No era común el contexto en aquel caso puntual. Aunque casi un año nos ubicó para que asumiéramos que con Ugues, lo común, lo habitual tenía sus “matices” ya que en su vida, el decidía lo “habitual”. Mejor decir su actitud ante eso “habitual”.

De su vida privada no sabíamos nada. El no comentaba. Nadie preguntaba. Todos lo estimábamos. Dos buenas compañeras, que sabían que comía cada uno en el Banco, con Galeano habían fracasado con total éxito. A menudo lo esperaba a la salida una chiquilina muy guapa. Por ahí se decía que había alquilado un apartamento y que estaba en pareja. Las “dos” como éramos algo cercano a Ugues, pedían averiguar algo. No y no respondíamos. Benedetti escribió que “Uruguay es una oficina pública con vista al  mar…” Es cierto. Y en cada lugar estaban estos ejemplares pendientes de la vida de los demás…

Como en la película de Gary Cooper, “a la hora señalada…” en el Juzgado. Ya estaba Eduardo, una hermana, su mejor y más cercano amigo. La compañera, una amiga y quien escribe llegando cinco minutos tarde. Todo fue rápido. El Juez hizo su parte, se cumplieron  trámites burocráticos y antes de una hora, esposos y testigos pisábamos la calle. Ugues mira su reloj y nos dice:”Si tomamos un ómnibus en 8 de Octubre, antes de una  hora estamos en el Banco”...lo que recibió un enérgico rechazo del amigo, de que nunca vio un casamiento sin festejo, invitando al grupo a tomar algo. Lo que se acepto.

Caminamos una cuadra hasta 8 de Octubre y Comercio. Antes de entrar a un bar de los varios que había allí, vimos un vendedor de flores. No había mucho para elegir, le pedimos lo hiciera la “señora” y eligió unas siemprevivas. El amigo de Ugues eligió un molinete muy colorido de otro vendedor. Aquel regalo nos extraño aunque a ella le encantó. Recordará su infancia, pensamos. Ya en el bar, el festejo se redujo a unas grapas, caña con naranja al amigo del novel esposo, un jugo, algún refresco. El obligado brindis y en media hora, cada cual a su rutina. Con Ugues íbamos en un 103. Los demás tomaron un taxi.

Hasta aquí quedan señales de la lejanía de aquel jovencito con algunas de las acciones o costumbres habituales en la sociedad. Tiempo después supimos que cuando el casamiento, ya la pareja estaba separada. En total armonía y seguían amigos. Tenían una niña de apenas un añito. Ella se iba a Cuba. En los finales de 1958 la Revolución triunfaba y ella quería ser parte de lo nuevo que nacía en la Isla. Fidel el 1º de enero de 1959 entraba a La Habana. El casamiento aportaba documentación para el viaje de madre e hijita. Por eso ocurrió. Eduardo no la acompañó pues tenía otros planes. Ella quería ser parte de la vida nueva en Cuba. El miraba hacia el mundo. Sobre finales del 1959 era Cajero en el Banco, cuando renuncio para trabajar con Carlos Quijano en “Marcha”. Después revista “Crisis” en Buenos Aires. Lo demás es Historia.

Félix Duarte 


viernes, 29 de mayo de 2015

LA FARMACIA

 Cuando la gente habita una ciudad, la sociedad de consumo no descansa en su tarea de crear necesidades, que valga la redundancia necesiten algo y para hacerlo más fácil, inventó el shopping. Para temas de salud que le dicen, esta la mutualista, la emergencia móvil, la farmacia en la esquina o el cajón de un mueble, con restos de remedios,de otras recetas, que se guardan “por las dudas”. Muy diferente es allá lejos en lo más profundo del país rural, con algunas varias décadas  menos en las mochilas, de aquel tiempo por el que en el pasado gastamos, sin shopping, sin sociedad de consumo ni cosa que se le parezca…  

Por aquellos lugares casi al borde de la nada, en una época en que la vida daba sus pasos más calmos que ahora, la gente también enfermaba y no había celular ni a quién recurrir. Sin  entender cómo ni desde cuando sabían de sus “magias” ahí estaba algunos. Pasando los “ucalitos” como en la canción de Cafrune, en su ranchito estaba Don Zoilo para golpes, tobillos con torceduras y de esas cosas del trabajo. Por asuntos intestinales, “empachos” de los gurises o no tan gurises, en la estancia vecina, a unas seis leguas, había que ir a buscar a Dona Julita. O en la casa estaban los yuyos de la madre.  

Esos yuyos eran parte de la cocina. Un amplio espacio, quincho de paja y un alero a todo lo largo. Lugar de descanso para el mate, el café o el almuerzo o la cena en el verano. En una madera del techo, en ganchitos de punta a punta estaba la “farmacia”. Hojas, flores, semillas unas enteras, otras trituradas, los pedacitos de ramas, raíces, pastos y etc. etc. Una enormidad de bolsitas, diría Don Verídico. Todas diferentes. Armadas con trozos de telas y no había dos iguales, recurso para saber contenido de  cada una. Eran para infusiones en agua. Caliente, tibia o fría. A veces de un solo yuyo, o podían mezclarse.

La “doctora” de la cocina usaba aquel acerbo de recursos, según el estado del “paciente”. Que yuyo, que cantidad, de uno, dos o más. Además había algo especial que ella fabricaba. En aquellos campos había muchos avestruces (ñandú decían) y cada tanto cazaban algunos y le traían a la madre los muslos, de los que usaba carne para milanesas. Aparte  traían los buches (estómago) para la “especialidad”, usada en indigestiones “graves”. Retiraba la parte exterior del buche. Con suma paciencia la iba tostando, en el metal caliente de la cocina. Al estar duro como cartón lo rompía en trocitos. Y golpeando suave, en un cuenco, hasta tener un polvillo. Punto ese para la bolsita.

Queda hablar de los especialistas. Don Zoilo no usaba mucha “magia”. Sus recursos estaban en la naturaleza. Lugar para “surtirse” era el monte en el arroyito cercano. Usaba mucho las raíces de las plantas acuáticas, que se ven en los remansos, esas partes de aguas quietas, en las orillas. Hacía con varias como una papilla, que aplicaba y vendaba las partes golpeadas. Usaba las ventosas.  Compresas de agua fría o caliente. Reposo y él no se retiraba hasta que no estuviera “de alta” el paciente. En general eran algunos días, según lo que hubiera ocurrido. Pero todo era muy previsible. Nada “sobrenatural”.

No era lo mismo con Doña Julita, especialista en empachos (indigestiones) y su clientela niños o muy jóvenes. Por lo general, en épocas en que maduran las frutas. Cuando bajaba del sulky en el que la fueron  a buscar, en su mano derecha traía su equipo de trabajo. ¿Maletín? ¿Cartera?...no…una cinta de medir que usan las costureras, esas de dos metros. Llega donde está el enfermo, llorando en la cama y agarrando el vientre. Lo hace poner de pié. Le da un extremo de la cinta. Le pide que lo sostenga en el pecho, en el huequito  que hay, sobre el estomago, donde se juntan las costillas.

Ella toma el otro extremo. Retrocede hasta que la cinta está bien tensa. Con la mano izquierda la coloca en su codo derecho. Baja la mano. En el lugar que toca la cinta su derecha, lo toma la izquierda y se repite la operación. Por tercera vez la mano toca la mitad de la cabeza del enfermo. “! Qué empacho guri…!  Exclama y se retira. Vuelve al segundo día y se hace todo igual, pero la mano al final toca la nariz. Quince centímetros menos. Y el enfermo ya no tiene cara de enfermo. Al tercer y último día, el enfermo estaba jugando y hecho todo exactamente igual, la mano de ella toca el huequito.Ese en medio del pecho. Curado.

Finalizando viene ahora el pago. Resulta medio curioso que tanto Don Zoilo como Doña Julita no mencionaron algo sobre sus “honorarios”. A lo mejor  fue porque quienes los llamaron no les dijeron nada. De pronto a Don Zoilo le entregan una bolsita de tela. Saluda y sale caminando hacia su ranchito, que está cerca. Con Doña Julita paso lo mismo el día anterior. ¿Qué tenían las bolsitas? Para él una tira de asado y una botella de caña brasilera. Para ella una torta como le gustaban y factura de bizcochos en el horno de barro. ¿Dinero? No. Ocurre que en aquel lugar no había donde gastarlo. Todo allí era trueque.

Félix Duarte


sábado, 23 de mayo de 2015

AQUEL GALEANO (1)

Más o menos por la mitad del siglo pasado, año 1957, trabajábamos en un banco en Montevideo, Uruguay. Una tarde llega un jovencito delgado, abundante cabellera castaña, ojos celestes. Nos pide ver al Gerente. “Tu nombre, por favor” y nos dice…”Mi nombre no le dirá nada…dile que tengo una carta para él de la Central… es de Personal”.  Así lo hacemos. El Gerente comenta…”Me avisaron que venía… hazlo pasar…”  el joven sonrió  y entró con su carta…

Al poco rato, sale el Gerente con el visitante. Habla con el Jefe de la Oficina. Al rato el Jefe recorre el local (trabajábamos allí unos 15) presentando a cada uno el “nuevo funcionario…” y al llegar a nuestro lugar nos dice que…”quedara contigo así lo pones al tanto de los  trabajos que hacemos aquí…” Allí comenzó la etapa de un par de años, en que tuvimos la cercanía, siete horas de cada día, de una de las personalidades más atrapantes que nos toco conocer.

El joven, casi un niño, se llamaba Eduardo Germán María Hughes
Galeano. Acababa de cumplir 17 años. Debía hacer  práctica hasta los 18 y ahí rendir una prueba. Lo que hoy se denomina  “Pasantía”. Nuestro trabajo, que  desde ese momento incluía al jovencito, era interno. Sin público. Eso permitía que a la par de nuestra tarea, pudiéramos conversar, dialogar, cambiar ideas. Facilitaba eso que fuéramos  captando  matices de aquella excepcional personita.

El día que llegó comentó algo de horario de unas clases. Después que lo presentaron y cuando estábamos ya ubicados, recordé eso y le pregunte. Explicó el punto. Tres mañanas tenía clases en  Las Piedras, a una hora de viaje. ¿El tema? Marxismo ¿El Profesor? El principal teórico del Partido Socialista que ya estaba retirado, por su edad. El que reemplazó a Frugoni. Preguntaba si podría pedir para llegar más tarde. Le dijimos que lo planteara. El Gerente autorizó.

Nunca lo vimos llegar sin un libro en la mano. Como lo dejaba sobre el escritorio y al trabajar juntos quedaba a nuestra vista. El segundo día, era de William Faulkner. Al vernos mirarlo, dijo…” lo estoy estudiando, junto con Steinbeck, me interesa el Sur de Estados Unidos, los algodonales, la esclavitud…”  y era así, no los leía, los “exprimía” para entender el contexto social sobre el que esos maestros escribían. Tal cual aquel “muchachito” de 17 años.

Decíamos “exprimía” porque lo mostraba el libro, por marcas y anotaciones y una serie de papelitos intercalados en sus páginas, de los que también se veían en el bolsillo de su camisa.  Nos decía que además le interesaban autores de la Italia pobre, como Vasco Pratolini y Cesare Pavese, con los que, entre otros, lo veíamos a menudo. Era sin duda uno de esos ejemplares, que le dicen “fuera de serie”, aunque Galeano se veía obsesionado en no parecerlo.

¿Cómo era eso? Aquel casi niño tenía base en teoría política muchas veces más que cualquiera de nosotros. Él lo sabía y jamás lo usó. Cuando finalizaba la jornada, ya todo terminado, sobraba una hora de “Hacer tiempo” y se formaban grupos y Galeano se integraba. Si el tema era futbol de eso hablaba Galeano. Aquel era el tiempo de las primeras minifaldas y el banco quedaba sobre 18 de Julio. El mostrador se llenaba de “observadores” y allí estaba Galeano agregando sus comentarios. Tal vez sigamos con esto…


Félix Duarte

domingo, 10 de mayo de 2015

EL REMEDIO


“Hoy te puedo llevar…y puedo traerte de vuelta…” le dijo el padre aquella mañana. ¿Qué significaba…? Muchas veces, el padre al salir decía…”hoy tengo que curar unos animales…” y el insistía en saber que era aquello de curar…a lo que siempre le respondían…”cuando tenga uno cerca te llevo…” y al parecer ocurría esa mañana. Y así fue. La madre lo subió al caballo, delante del padre. Este lo rodeaba con ambos brazos. A una señal con las riendas, el animal empezó a trotar. Al poco rato entraban a  un potrero que  habían abierto los que iban delante de ellos.

Uno vino a bajarme del caballo, mientras el padre hacía lo propio. Andando por el pasto fueron hacia unos animales que parecían comer del suelo. Eran más chicos que Juanita, la vaca de la estancia que les daba leche todas las mañanas. El padre le explicó que eran niños como él, se les decía terneros y eran hijos de otras vacas como Juanita que no estaban allí, porque él los iba a curar y después volvían con las madres vacas, que los estaban esperando en otro lugar.  En eso el padre levanto la mano y señaló un ternero. Dos se pusieron delante para detenerlo…

El padre saco un cuchillo grande de la cintura (facón le decía) y se


Con otro movimiento, retiro con el facón una parte de tierra, con los pastos que había pisado el ternero. Con otro movimiento, volvió eso al mismo lugar, pero con el pasto hacia abajo, quedando a la vista la tierra. Colocó  allí las dos briznas de pasto, en una forma que parecía una cruz, se tomo las manos, bajo la cabeza y murmuró algo en voz baja. Quedó un instante en silencio. Luego se levanto y fue a donde habían apartado otro  ternero y repitió varias veces más lo que había visto. Nos quedamos junto a su caballo, sosteniendo las riendas como  nos había indicado. Después nos trajo a la estancia y se fue al campo.

En el trayecto de vuelta, le preguntamos que había dicho cuando puso los dos pastitos en la tierra y nos dijo más o menos que…”si te lo digo no entenderías  nada…pero yo no podría curar a los terneros nunca más…” Aquel asunto se terminó allí, que como tantas cosas que vimos en la soledad de aquella naturaleza, se fue archivando en los adentros de uno, diría Don Verídico. Pasó medio siglo y algunas décadas más. Ya en la ciudad, entre el trabajo y otras cosas que llenaban los días y le robaban a las noches horas de sueño, era  variado lo que leíamos, en épocas de tantas buenas “librerías de viejo”.

En una de esas andadas, nos llegó uno de aquellos pequeños pero increíble lo que regalaban los “Bolsilibros de Arca”. Era “Magos y curanderos” titulo que le había puesto Don Fernán Silva Valdez a la recopilación, juntada en muchos años de andar “campereando” sobre la “medicina” que había en esos lugares que no sabían lo que era un médico. Y allí encontramos la explicación de lo que nos había mostrado nuestro padre. Se llamaba o era conocida como “Dar vuelta la pisada” Y  era así como nos explicaron... Lastima no tener el libro, pero nos queda la memoria y tal vez nos dé para escribir algo más. Moraleja: no se deben prestar los libros, casi nunca recuerdan el camino del regreso.

Félix Duarte   


ROSITA


Toda ciudad, pueblo o aldea, sean grandes o sean chicos tiene sus personajes propios. Identifican el lugar porque son de ahí y de ningún otro lado. A Montevideo le dicen “gran ciudad” pero no lo es. Toda ella cabe en un barrio de la vecina Buenos Aires, de San Pablo o algo más allá, de Méjico... Por no ser una “gran ciudad” a Rosita la conocían todos, aunque sus ambientes digamos naturales, eran en días laborables la zona céntrica. En fines de semana o feriados, los parques  cuando ocurría algo, en cualquier zona o barrio, que reuniera gente, Rosita nunca faltaba.

De figura delgada, pañuelo en  la  cabeza, dejando escapar mechones de cabello canoso, con un andar rápido. Pasos cortos, nerviosos, ropas modestas y limpias. Una madera hacia las veces de bastón, en su izquierda. Era claro que no necesitaba tal apoyo Tal vez sería elemento de utilería para componer el personaje, que se basaba en una latita en su derecha, que cada tanto movía para que las monedas pidieran compañía. No hablaba nunca. No insistía. Caminando, se colocaba al costado de la persona y en silencio hacía notar la latita, con actitud estudiada de suplica y humildad. O recorría las colas, cuando había...

l


En jornadas de intenso calor, se vendaba una pierna. Sentada en un lugar en que hubiera sombra y que por cierto, hubiera gente que por allí transitara. Recibía con rostro imperturbable y en silencio, las bromas a veces crueles, sobre la “gravedad” de su “dolencia”, porque solo algún turista no conocía a Rosita. Tenía sus “recursos” para días de lluvia o de mucho frío. Era una verdadera profesional. El personaje que había elaborado, irradiaba compasión, lastima tal vez. Y todo en el buen sentido y era habitual que algún  pequeño le dijera a la mama...” ¿tenés una moneda para Rosita…?”  Así de simple…

En aquella época, alguna década más sobre la mitad del siglo pasado, hacía poco que trabajábamos en un Banco y. pocos días que nos pasaron a una agencia en 18, la calle principal. Aquella tarde era  de terrible temporal. Salvo coches o buses no se veía a casi ninguna persona por las aceras. La oficina estaba vacía. Ante falta de clientes para atender, cada cual se ocupaba de sus asuntos pendientes, taza de café humeante por delante. En aquel silencio, de pronto el ruido de unos pasos, nos hace levantar la vista. Una señora menuda, de cierta elegancia, con paraguas en mano, pilot, cartera, cabello canoso.

Repicaban sus pasos, cortos y rápidos, rumbo al fondo, donde el gerente, que la vio llegar, esperaba con la puerta abierta de su despacho. Entro la señora y la puerta volvió a cerrarse. “¿La conoces?” nos dice uno de los compañeros, al ver nuestra actitud de interés hacia ella. “Lo que voy a decirte es un absurdo, pero algo –no sé que- en esa señora, me recuerda a Rosita, la de las monedas que todos conocemos…Ridículo…” – “Pues no tan absurdo ni ridículo…esa elegante señora es Rosita. Una vez por mes, cuando el tiempo esta como hoy, sin gente en la calle, ella nos visita. Ven…con el café que te cuento…”

”Yo hace seis meses que estoy en esta Agencia. Como te decía viene cada mes y hace un depósito. Y la atiende el Gerente, quien nos llama para indicarnos. Lo que hace es cobrar intereses de otros depósitos y con eso hace uno nuevo a plazo fijo. El Gerente nos da las libretas, que guarda él, que la última vez eran 22. ¿Por qué las guarda él, dirás tú? Es que Rosita vive en una pensión muy modesta, aquí cerca, no quiere que puedan ver esas libretas. También con la ropa, que no es la que vemos en la calle, pasa algo parecido. La guarda una señora. Y no sabemos mas.” El Gerente debe saber pero  es claro se lo reserva. Gasta alguna vez alguna broma …” Si mañana hay sol…Rosita estará en lo suyo…



Félix Duarte. 

POCAS CASAS…


Era una población con  calles de tierra, estrechas, torturadas por el pasto y las gramillas. Cuando la tarde tenía pesadez de siesta, las cigarras celebraban en coro aquel clima de alta temperatura.  Habia allí no más de 10 casas.  En la comunidad sobresalían dos vecinos. Eran de las “fuerzas vivas” del lugar. El mecánico “todo servicio”, atendía problemas en arados, tractores, etc. de las ricas  estancias de la zona. El otro, dueño de un local de “Ramos Generales”. Existía para surtir a los ganaderos cercanos. Poco era el gasto de vecinos del lugar. Fama tenía de que lo que allí no se encontrara… eso no existía…

Estanterías hasta el techo. abarrotadas con mercaderías.   Un estrecho pasillo entre ellas. En el rincón… una mesa con seis sillas. Farol a mantilla pendía del techo. Lugar usado de “Club social” del poblado, ubicado en la cruz de dos rutas nacionales que allí se cruzaban. Al anochecer  tomaban asiento media docena de vecinos. Jugaban al truco, acompañando alguna que otra grappa o caña, con infusión de yuyos. Entre juego, charla y tragos, remontaban madrugadas de “historias y sucedidos, aura que dice paisano…” como tal vez sentenciaría Don Verídico, de hallarse en aquella circunstancia.

Las vías del ferrocarril cruzaban por allí. ¿Habría una Estación?. No. La
pequeñez  del lugar no ameritaba. A un sitio así de le decía “La Parada tal…” Había una especie de casilla al borde de la vía. Con un poste, que cual una horca en el Lejano Oeste, extendía un brazo de un metro hacia la vía, con un enorme gancho de bronce, en su extremo. Si alguien debía subir al tren, un vecino “encargado” avanzaba un kilometro por la vía, con una bandera roja y el tren paraba allí. Cuando había alguna carta, reduciendo la velocidad, el guarda colocaba la cartera de cuero, en el  gancho de bronce, 

Luego de eso, el conductor tocaba tres pitadas y en el lugar sabían que había correo. Si el caso era a la inversa, dejaban en el gancho la cartera. Aquel poste era visible desde  un kilometro. El guarda veía la cartera, la retiraba y el conductor pitaba tres veces. Aviso de que correo había salido. El pensaba en todo esto mientras avanzaba el coche por la ruta casi vacía. Un amigo lo invito y cuando supo que ruta tomaría acepto. El punto es que en el viaje cruzaría por el lugar en que existía aquel poblado de unas 10 casas, donde habitaba un tío, en cuya casa pasaba un par de semanas en las vacaciones escolares.

Habían pasado más de 60 años. Cuando le comento al amigo y este le pregunta en que kilómetro de la ruta, no lo sabía. Pero recordaba un detalle. Frente al negocio de Ramos Generales, cruzaba otra ruta importante y alguna vez escucho que había veinte kilómetros a un pueblo muy conocido. Al oír el nombre, el amigo ubicó el lugar. El viaje transcurría por zonas que parecían no ser el país rural que guardaba su memoria. A la derecha hacía horas que se veían montes de eucaliptus y por la izquierda, hasta donde daba la vista eran unas tras otras plantaciones de soja. ¿Sera esto Uruguay? Pensó para sí…

Con eso en la mente…lo “despierta” el amigo…”Bueno prepárate a ver que dejo de tu pueblo, ese más  de medio siglo…faltan dos o tres kilómetros…” y al poco rato dice…”hemos llegado…” y el auto se detiene… desciende”¿Estas seguro…?”  “Seguro…ahí está la ruta que cruza y a veinte kilómetros esta ese pueblo…” Caminamos unos diez metros y nos detenemos…era el cruce de las rutas…”aquí estaba el negocio…por ahí las casas…” dijimos. El amigo no decía nada. Delante de nosotros y hasta el horizonte era solo soja. A espaldas nuestras los eucaliptus, muy quietos nos escuchaban…y no decían nada…”

Félix Duarte  


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Y ASI SUCESIVAMENTE... 

martes, 7 de abril de 2015

LAS LLAVES


La vida es el mayor misterio entre los aun no resueltos. En sus casualidades o tal vez en sus caprichos, en ocasiones se entretiene en tejer hilos que acercan hechos, por alguna razón no olvidados. Como en un caso   que empezó  allá por el año 1975. Pongamos que Julio se llamaba la persona.  Funcionario en uno de los tres bancos comerciales del Estado, aquí en la capital. Militante en el sindicato, en su partido político y en donde hubiera  motivos para ello. Era/es  de esa gente que no piensa en sí misma, si otros necesitan ayuda, conocidos o extraños. Apreciado, querido y muy respetado  por  todos en su entorno.

Su lugar de trabajo era amplio, junto a unas tres decenas de funcionarios. Julio estaba en un extremo. Por el otro se accedía desde una arcada grande, a pocos pasos del ascensor. Aquella tarde, ve entrar tres soldados  y algo que no se explica le susurra... ”Vienen por ti…” Con veloz reacción, desprende de su cinturón unas llaves, que arroja a la papelera. Llegan… ¿Usted es…? Asiente.   El oficial  mete su mano en la papelera y toma las llaves. Adiestrado, cuanto entró  percibió el movimiento de Julio. Lo levantan de la silla. Esposas con  manos a la espalda. Llegando a la salida, un soldado le coloca la capucha.

Empezaba el calvario para Julio, en aquel tiempo arbitrario. Meses sin saber  nada. Eso era común y la esperanza aguardaba. Un día el “soplo” desde el Hospital Militar… alguien internado bastante mal, que parecía ser él. Días después se confirmo que era Julio. Pasa que en esos tiempos, la persona tenía un número. El nombre no estaba en los papeles de entrada. Al poco tiempo Julio cambio número por nombre. Paso a estar “apto para ser visitado”, aunque su cárcel fue larga. Salió con todos, terminada la dictadura. Estuvo con la multitud de “peladitos”… al abrazarlos una tarde en la Plaza Cagancha.

El tiempo y la vida gastaban sus trancos largos…vuelta tras vuelta de la Tierra. Trabajábamos, ya sin dictadura militar, en la Agencia de un Banco, 18 de Julio cerca de Requena. Eran tiempos sin computadora y los cierres diarios, a mano con apenas una maquina de sumar a manija o, si era muy “moderna”… una eléctrica. Siempre sobraba alguna hora antes de poder marcar tarjeta hacia la libertad. Unos, en el mostrador miraban las muchachas por 18. Otros de a dos o tres por escritorio, desgastábamos el tiempo en charlas sobre política, futbol o de los más diversos asuntos…sin faltar las ideas para arreglar el mundo…

Con nosotros…Antonio y Pablo que comenta estar cansado pues la noche anterior fue el cumpleaños de su esposa. Parece que tomó alguna demás. Fue en la casa del suegro, que era un militar de grado alto. Coronel o algo así, ya retirado. Dice que al final, se había sentado en un sillón, esperando a su esposa que seguía charlando. El suegro se ubica a su lado y le dice…”le tengo que hacer una pregunta…usted que es del gremio tal vez conozca a un tal Julio…” Se dan cuenta sobre quién me pregunta…se imaginan que desde aquella  tarde que se lo llevaron del Banco trece años…pero vean esto…

Le contesto que sí, que lo conocía…más… que lo conocían todos, era un gran tipo y mi suegro me dice…”Le explico…al hombre lo tuvimos que detener y precisábamos de él una respuesta…que si no la teníamos en media hora…ya no nos servía para nada…y sabe lo que nos respondía, una y otra vez   …que esa respuesta se la reservaba…” y en silencio… miraba una ventana  …para agregar…” y sabe usted una cosa…que lo parió al hombre…se la reservó nomás” y en eso llegó mi señora y aproveche a salir. Y sigue Pablo: “Tenía un nudo en la garganta. No recuerdo si me despedí de él…me di cuenta del punto… saber aquellas llaves que Julio tiró a la papelera de donde eran. El Coronel sabia que  se corría la voz de la captura y lo que allí estuviera volaba. ..Era claro que el Coronel preguntaba…” si Coronel… que lo parió…se la reservó nomás… y… ¿por qué no lo olvido usted durante trece años…? Tal vez por todo lo que le hicieron…pero él los derrotó…..¿Seria por eso, Coronel…?


Félix Duarte     



domingo, 22 de marzo de 2015

EL VIAJE

 En la antigua estancia del profundo norte rural cercano a Brasil, su padre guardaba en un galpón la más valiosa posesión. Un “Chevrolet” que si traemos a la memoria aquella  serial “Los intocables” y los coches de Eliot Ness en el Chicago de los años 30, con su “ley seca” y al malo  Al Capone,  este coche de su padre era uno venido de generaciones muy anteriores. El punto es que unas dos veces al año aquella antigüedad se retiraba de los tacos, que mantenían ruedas levantadas del piso. Se “planeaba” un viaje, lo cual era infaltable tema para los dos meses anteriores, al previsto próximo acontecimiento.

El tal “viaje” se trataba de cruzar a Brasil y volver por Artigas y eran dos o tres días. Lo que quedo incrustado en su memoria (y es asunto de este texto) es el cruce del Rio Cuareim. Tenía memorizada la palabra “Cuarai” y ahora, pasado mucho más de medio siglo, mapa mediante, recrea el itinerario. De Bella Unión cruzaban a Quarai en Brasil y seguían a Artigas y por ahí volviendo a Uruguay. Hoy entre Cuarai y Bella Unión hay un puente de 700 metros.  

Y ahí está el punto: Lo que él nunca pudo olvidar fue el cruce del Cuareim. Al  llegar estaban varias personas con sus caballos. Su padre  se dirigió a uno de ellos. Conversaron. El hombre hizo señas a otro. Ambos se dirigieron a la parte trasera del “Chevrolet”, asegurando sendos lazos al paragolpe. Su padre puso el auto en marcha. Los hombres en sus caballos tensaban el lazo que controlaba la bajada lenta, por un terreno inclinado muy barroso, hasta que se detuvo en la balsa. Una persona allí desato ambos nudos de los lazos que fueron recogidos por los dos hombres. Y la balsa dió inicio al cruce.

Al llegar a la orilla brasileña, ya esperaban otros dos a caballos que arrojaron los lazos a la balsa. La misma persona los anudo al paragolpe delantero. El terreno era también barroso. A una seña desde la balsa, los lazos se tensaron. Retrocedieron los caballos. Ayudaban al coche a subir la cuesta fangosa. Andando el tiempo, en algún momento él llegó a saber que en aquel “viaje” pude conocer a los “cuarteadores”. Profesión de esas que fueron necesarias en alguna etapa de la historia. Después los puentes  se ocuparían de unir las orillas y disimular fronteras de pueblos y países con idiomas diferentes. 

 Al menos los cuarteadores quedaron en amarillentas páginas, cerca de las diligencias a las que tantas veces ayudaron… o recordados en el tango “Los cuarteadores de Barracas” de Discepolo. La cosa es que la vida, cuando se vuelve porfiada y se entretiene en continuar la ineludible brevedad de la existencia de algún mono desnudo, tal como nos citaba el notable Desmond Morris, las historias o más bien los recuerdos como estos, contados a muchachos jóvenes de hoy, tal vez se logre una pose de actuado interés… pero sin descuidar un instante el vital e infaltable celular de pantalla táctil…


Félix Duarte  


EL ENEMIGO

 Una lógica que anda en el tiempo. La vida del humano, tan breve y otras disidencias… tocan hechos en la historia reciente. Graves en sus realidades y   contextos… son ajenos hoy a nuestra  juventud. Tal es el caso de la dictadura militar, ya pasadas cuatro décadas. El  pretexto de hoy para estos apuntes, es un hecho real. El matrimonio joven digamos que eran… Juan y Lucia. El trabajaba en la sucursal del banco. Ella era secretaria del abogado. El lugar, una pequeña población a dos horas de viaje, desde Montevideo. Juan y Lucia, eran oriundos del lugar, casados hacia un par de años y muy apreciados allí.

Esplendido aquel sábado de otoño. Muy temprano en una esquina del pueblo Juan esperaba unos amigos. Iban a un asado de cumpleaños. En eso se detiene un Jeep de otros amigos y al saber que hacia le dicen…”vamos a pasar por allí, sube que aquellos se deben haber dormido…” Así que Juan va con ellos, descendiendo en el lugar del cumpleaños. Como pasa en esos casos, el asado se demora con los  “preámbulos”.  Después la sobremesa  ocupa la tarde, con la charla y los juegos de cartas…entre amigos que se conocen de siempre. Día de cero trabajo…cero reloj… cero  corbata…sin tiempo…

Esa noche, luego de una cena liviana…fue día de calor y poco apetito. Ven algo de TV y se retiran a descansar. El sueño llega enseguida. De pronto, en la madrugada un ruido espantoso los impulsa a saltar de la cama. Coches que se detienen, gritos de mando y la puerta de la casa que es arrancada de cuajo. Soldados entran al cuarto, esposan a Juan, le ponen una capucha y lo sacan con violencia. Se siente a muchos por otros ambientes del hogar. Ruidos de muebles y de vajilla que se rompe. De pronto mas gritos, los coches se van y vuelve el silencio.  El perro muy golpeado gime de dolor en un rincón…

Aquella noche nadie siguió durmiendo en el pueblo. La gran mayoría iba llegando a la casa agredida. Era unánime la certeza sobre la confusión con Juan, en los que buscaba tranquilizar a Lucía. “Vas a ver, mañana o pasado está de vuelta cuando vean que no tiene nada que ver, en lo que sea…” le repetían una y otra vez a quien era presa de la desesperación. No era por decir algo. Era sincera y unánime la certeza, en todos, sobre Juan. Aquella gente del pueblo muy solidaria, se unió en rodear a la vecina, en el arreglo de los daños a la casa, en otras urgencias y en buscar noticias de Juan, desde el lunes.

Aquel domingo el pueblo hervía en comentarios. Un grupo de vecinos se junto a planificar donde, al otro día, podían averiguar  por Juan. Bien temprano partieron a Montevideo. A la tardecita hubo una especie de asamblea para informar. El resultado fue nada. Bueno, decían, es el primer día. Pero los días fueron haciéndose semanas. Y estas meses. Y se estaban por cumplir tres meses y nada. A Juan se lo había tragado la tierra. Cuando a dos días de que se cumpliera  el tercer mes, llega a la casa un Jeep con soldados. Desciende uno que dice…” Tiene  que llevar ropa a esta dirección” y le da un billete.    

La noticia corrió como reguero de pólvora. Y el pueblo estallo de alegría... ¡Juan vivía..!! Y pronto Lucia lo pudo visitar. Y recién ahí se supo que había pasado. El ejercito tenia detectada una célula del MLN en aquel pueblo. ¿Por qué no los detuvieron? Porque supieron  que habría una reunión regional allí. Y los vigilaban esperando.  Los amigos que llevaron a Juan al asado, eran la célula e iban a la reunión esperada, que sería en una chacra vecina. Y al anochecer, en plena reunión, los copo el ejército. Como a la célula la venían siguiendo, que Juan subiera al Jeep, lo coloco como parte del grupo.

También se supo algo de su peripecia en esos tres meses. Tuvo una primera etapa terrible y muy dura y luego otra de “recuperación” antes de avisar que le llevaran ropa. La etapa “dura”  anula noción de tiempo, ni el sueño, ni el día ni la noche. Como en la segunda pudo “contar” un mes, eso hace que la primera fue de dos meses, donde todo se reducía a varias preguntas: ¿Qué mensaje te dieron? ¿Con quién tenias que encontrarte? ¿Quiénes son los otros de tu célula?…Juan no tenía respuestas. Pruebas no existieron.  Pero si la “convicción” en los carceleros de su “culpabilidad”. Sufrió seis años de cárcel.


Félix Duarte    


EL GATO


El  país era “…ese puntito que en el mapa casi no se ve…” de la canción. Con sus pocos más de tres millones de almas. Bostezaba luego de una oscura noche que había durado más de una década. En la apacible mañana de un soleado domingo, suena el timbre. Mate en mano abrimos. Unos amigos de vida y andares. Uno de los del día a día. El otro, que recién vuelve de muchos años de exilio. “Palito” y el “Rengo Viera”, de nombres y apellidos ocultos por el cariño del apodo. Periodistas ellos. Uno muy bueno, el otro un maestro. Eran del diario clausurado por la Dictadura… que renacería como semanario.

Nos invitaban a ser parte del equipo de la Redacción, que estaría a cargo de “Palito”. En La Dirección “El Rengo” secundado por el “Chancho Raúl”   pues, nos integramos. El Semanario saldría los viernes y en esa tarde el equipo se reuniría a evaluar el número ya en la calle, a definir el próximo y  distribuir la tarea, que cada uno entregaría el miércoles siguiente.  . Por aquellos días, espacios políticos como el Fénix “renacidos”,  habían decidido levantar durante una semana, el tema de los desaparecidos, promoviendo actos barriales, una concentración céntrica al final y buscar espacios en prensa y radios amigos.

En la reunión inicial, se resolvió como nuestro aporte, dedicar la edición  a entrevistar a familiares de los desaparecidos. “Vos que sos del gremio podes encargarte de la compañera de Lorenzo…” se nos dice…y ponemos manos a la tarea. Conseguido teléfono, nos hablamos. Explicada la  razón de urgencia, quedamos para ese domingo a la mañana. El domicilio era a media cuadra del Viaducto de Paso Molino. Poco  más  allá del  monumento a la Diligencia, ya empezaba la calle. Quietud de barrio en enero. Parque con  sensación de rocío. Tocamos. Sale la esposa de Lorenzo. Digamos que se llamaba Ana.

Saludos y otros etc. y dice: “estaba haciendo café, ven y luego empezamos”.la acompaño,  empieza a enhebrarse la charla  En un rincón de la cocina había un “changuito” de feria a medio llenar con diarios arrugados. Mientras Ana ordena una bandeja con las tazas,  me acerco al rincón aquel y ocurre uno de los momentos más horribles que he vivido. Y que no olvidé.  Aquellos diarios  y el “changuito” se sacuden. Estalla el alarido o grito o lo que sea, que me hace dar un salto. Me invade una situación extraña. Ana deja la bandeja. Me sujeta los brazos con fuerza y me dice…”tranquilo… vamos y te explico que es eso”

Ante el café humeante, Ana empieza…”Cuando Lorenzo fue requerido, paso a la clandestinidad. Llamaba cada día, apenas para oír el “hola”. Ambos sabíamos que el otro estaba libre. Era habitual instalar ‘ratoneras’ aquí. Jeep que llegaba en la alta noche. Tres o cuatro, con equipos de escucha, se ubicaban aquí, donde estamos ahora. Mama, yo y la nena al cuarto. No se abrían ventanas y no se salía de allí. Solo al baño o cocina, con un soldado al lado. En la casa había un gato joven y juguetón. Veía alguien sentado y le saltaba a la falda. A los tres días los soldados no estaban. Se habían ido…”

Explica Ana que salen del cuarto. Lo primero fue buscar el gato. Nada. Mucha suciedad en el living, pero esta vez con abundancia de manchas de sangre y el rastro hacia un fondo con piso de tierra y pedregullo. Temen lo peor con el gato. No está allí. De pronto perciben algo de un montoncito de tierra en un costado. El gato en su agonía se había ido cubriendo de tierra y sangre. Es seguro que saltó a la falda de un soldado. Este lo apuñaló y en esa posición se dirigió al fondo y lo lanzo a la tierra. Las manchas, las formas, el rumbo de la sangre lo indicaban. Sin necesidad de Sherlock Holmes. El gato se salvo. Su cerebro no. Está en la noche de una locura por el dolor, dijo el Veterinario. Quedo en el “Changuito” y sus diarios. De noche Ana lo sacaba un rato al fondo. Solo con ella, el pobre gatito no explotaba con su espantoso alarido.

Félix Duarte



“SOLITO”…

El ya pasaba los ochenta y su salud no estaba mal, “aura que dice paisano”… como tal vez diría Don Verídico en “El Resorte”… con el visto bueno del “Barcino”… aunque “la memoria cercana”, según el médico, es normal que funcione así. La cosa es que recordaba, tal cual, lo que ocurria en las soledades del Uruguay profundo cuando tenía seis años, pero no el lugar en donde guardó algo hacía media hora, o un nombre en la página anterior del libro que leía. En esos recuerdos se entretenía, con sus vivencias de muy lejanas épocas. 

Era bien negro como la noche negra, con un par de manchas blancas en cabeza y cuello. Pelo largo. Raza policía, así como el “Rex” de la serial.   bueno y noble como ese sabueso. Una mañana, su padre lo había dejado en su almohada. Al despertar él, brillaban dos ojitos desde   un montoncito de vida palpitante. En la vieja estancia, anclada en la inmensidad profunda del campo, había unos treinta perros, pero aquel “Rex” no se separaba de él. Algunos de los treinta venían a “saludarlo” antes de salir todos, campo afuera y al trabajo.

“Rex”, él, su madre…un petizo, muy viejo, siempre bajo el ombú ya en sus finales… y “Don Braulio” al que le decían “el peón casero” para todo tipo de tareas, éramos  los únicos  habitantes de aquella soledad, después que el grupo salía al campo y a sus tareas. Como quedaba solo un perro hasta el regreso entrando la noche, su madre lo bautizó “Solito”. Los días y los meses, el invierno y el verano, hicieron de perro y él una cosa sola. Una sola respiración, una sola intención. Se entendían con las miradas y los gestos. Así nomas era la cosa.

“Solito” y él despuntando soledades se la pasaban en sus juegos con la flota de camiones: latas de dulce de membrillo, con alambres por ejes y ruedas con cuatro carretes de hilo, de las costuras de la madre, en una máquina tan antigua como la estancia. Las corridas con el triciclo, donde él a propósito caía en el lugar de la curva, justo donde “Solito” lo esperaba, entre los pastos, para recibirlo con su blando cuerpo negro. Infaltables eran largas recorridas por la enorme huerta, por los árboles frutales y sobre todo por el monte del arroyito del bajo.

El dúo era amigo de todos los habitantes de aquellos lugares. Grandes zapos en el remanso entre los algarrobos. Enormes arañas negras que se erizaban para saludar a “Solito” que se les acercaba moviendo la cola. Culebras inofensivas. Aves y animalitos menores de todo tipo, serían una larga lista. Amigos de los dos visitantes de cada día. Una mañana el petizo amaneció muy quieto… ojos cerrados y cabeza sobre la gruesa raíz del ombú. Años después le tocó el turno al “Solito”. Después, él se fue rumbo a la casa de un tío en Artigas. para empezar con la Escuela. Pero su perro negro siguió vivo, en los recuerdos… tiempo adentro… juntos en la felicidad que va con la vida. 


Félix Duarte