“Hoy te puedo
llevar…y puedo traerte de vuelta…” le dijo el padre aquella mañana. ¿Qué
significaba…? Muchas veces, el padre al salir decía…”hoy tengo que curar unos
animales…” y el insistía en saber que era aquello de curar…a lo que siempre le
respondían…”cuando tenga uno cerca te llevo…” y al parecer ocurría esa mañana.
Y así fue. La madre lo subió al caballo, delante del padre. Este lo rodeaba con
ambos brazos. A una señal con las riendas, el animal empezó a trotar. Al poco
rato entraban a un potrero que habían abierto los que iban delante de ellos.
Uno vino a bajarme
del caballo, mientras el padre hacía lo propio. Andando por el pasto fueron
hacia unos animales que parecían comer del suelo. Eran más chicos que Juanita,
la vaca de la estancia que les daba leche todas las mañanas. El padre le
explicó que eran niños como él, se les decía terneros y eran hijos de otras
vacas como Juanita que no estaban allí, porque él los iba a curar y después
volvían con las madres vacas, que los estaban esperando en otro lugar. En eso el padre levanto la mano y señaló un
ternero. Dos se pusieron delante para detenerlo…
El padre saco un cuchillo grande de la cintura (facón le decía) y se
puso detrás del ternero y a
una señal, los otros dejaron que el ternero caminara, mientras el padre miraba
al suelo y de pronto clavo el cuchillo en el pasto. En ese momento los dos
paisanos fueron a buscar a otro ternero. El cuchillo indicaba el lugar exacto
en que había pisado el pasto el enfermo. El padre se colocó de rodillas ante el
cuchillo y nos dijo que nos acercáramos. Sin retirar el facón, tomo dos briznas
de pasto del lugar pisado, que pasaron a
su mano izquierda. Con la derecha tomo el facón y sin retirarlo de la tierra,
con el hizo un circulo.
Con otro
movimiento, retiro con el facón una parte de tierra, con los pastos que había
pisado el ternero. Con otro movimiento, volvió eso al mismo lugar, pero con el
pasto hacia abajo, quedando a la vista la tierra. Colocó allí las dos briznas de pasto, en una forma
que parecía una cruz, se tomo las manos, bajo la cabeza y murmuró algo en voz
baja. Quedó un instante en silencio. Luego se levanto y fue a donde habían
apartado otro ternero y repitió varias
veces más lo que había visto. Nos quedamos junto a su caballo, sosteniendo las
riendas como nos había indicado. Después
nos trajo a la estancia y se fue al campo.
En el trayecto de
vuelta, le preguntamos que había dicho cuando puso los dos pastitos en la
tierra y nos dijo más o menos que…”si te lo digo no entenderías nada…pero yo no podría curar a los terneros
nunca más…” Aquel asunto se terminó allí, que como tantas cosas que vimos en la
soledad de aquella naturaleza, se fue archivando en los adentros de uno, diría
Don Verídico. Pasó medio siglo y algunas décadas más. Ya en la ciudad, entre el
trabajo y otras cosas que llenaban los días y le robaban a las noches horas de
sueño, era variado lo que leíamos, en
épocas de tantas buenas “librerías de viejo”.
En una de esas
andadas, nos llegó uno de aquellos pequeños pero increíble lo que regalaban los
“Bolsilibros de Arca”. Era “Magos y curanderos” titulo que le había puesto Don Fernán
Silva Valdez a la recopilación, juntada en muchos años de andar “campereando”
sobre la “medicina” que había en esos lugares que no sabían lo que era un
médico. Y allí encontramos la explicación de lo que nos había mostrado nuestro
padre. Se llamaba o era conocida como “Dar vuelta la pisada” Y era así como nos explicaron... Lastima no
tener el libro, pero nos queda la memoria y tal vez nos dé para escribir algo
más. Moraleja: no se deben prestar los libros, casi nunca recuerdan el camino
del regreso.
Félix Duarte
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