Era una población con calles de tierra, estrechas, torturadas por el
pasto y las gramillas. Cuando la tarde tenía pesadez de siesta, las cigarras
celebraban en coro aquel clima de alta temperatura. Habia allí no más de 10 casas. En la comunidad sobresalían dos vecinos. Eran
de las “fuerzas vivas” del lugar. El mecánico “todo servicio”, atendía
problemas en arados, tractores, etc. de las ricas estancias de la zona. El otro, dueño de un local
de “Ramos Generales”. Existía para surtir a los ganaderos cercanos. Poco era el
gasto de vecinos del lugar. Fama tenía de que lo que allí no se encontrara… eso
no existía…
Estanterías hasta el techo. abarrotadas con
mercaderías. Un estrecho pasillo entre
ellas. En el rincón… una mesa con seis sillas. Farol a mantilla pendía del
techo. Lugar usado de “Club social” del poblado, ubicado en la cruz de dos
rutas nacionales que allí se cruzaban. Al anochecer tomaban asiento media docena de vecinos.
Jugaban al truco, acompañando alguna que otra grappa o caña, con infusión de
yuyos. Entre juego, charla y tragos, remontaban madrugadas de “historias y
sucedidos, aura que dice paisano…” como tal vez sentenciaría Don Verídico, de
hallarse en aquella circunstancia.
Las vías del ferrocarril cruzaban por allí.
¿Habría una Estación?. No. La
pequeñez
del lugar no ameritaba. A un sitio así de le decía “La Parada tal…” Había
una especie de casilla al borde de la vía. Con un poste, que cual una horca en
el Lejano Oeste, extendía un brazo de un metro hacia la vía, con un enorme
gancho de bronce, en su extremo. Si alguien debía subir al tren, un vecino
“encargado” avanzaba un kilometro por la vía, con una bandera roja y el tren paraba
allí. Cuando había alguna carta, reduciendo
la velocidad, el guarda colocaba la cartera de cuero, en el gancho de bronce,
Luego de eso, el conductor tocaba tres
pitadas y en el lugar sabían que había correo. Si el caso era a la inversa,
dejaban en el gancho la cartera. Aquel poste era visible desde un kilometro. El guarda veía la cartera, la
retiraba y el conductor pitaba tres veces. Aviso de que correo había salido. El
pensaba en todo esto mientras avanzaba el coche por la ruta casi vacía. Un
amigo lo invito y cuando supo que ruta tomaría acepto. El punto es que en el
viaje cruzaría por el lugar en que existía aquel poblado de unas 10 casas,
donde habitaba un tío, en cuya casa pasaba un par de semanas en las vacaciones
escolares.
Habían pasado más de 60 años. Cuando le
comento al amigo y este le pregunta en que kilómetro de la ruta, no lo sabía.
Pero recordaba un detalle. Frente al negocio de Ramos Generales, cruzaba otra
ruta importante y alguna vez escucho que había veinte kilómetros a un pueblo
muy conocido. Al oír el nombre, el amigo ubicó el lugar. El viaje transcurría
por zonas que parecían no ser el país rural que guardaba su memoria. A la
derecha hacía horas que se veían montes de eucaliptus y por la izquierda, hasta
donde daba la vista eran unas tras otras plantaciones de soja. ¿Sera esto
Uruguay? Pensó para sí…
Con eso en la mente…lo “despierta” el
amigo…”Bueno prepárate a ver que dejo de tu pueblo, ese más de medio siglo…faltan dos o tres kilómetros…” y
al poco rato dice…”hemos llegado…” y el auto se detiene… desciende”¿Estas
seguro…?” “Seguro…ahí está la ruta que
cruza y a veinte kilómetros esta ese pueblo…” Caminamos unos diez metros y nos
detenemos…era el cruce de las rutas…”aquí estaba el negocio…por ahí las casas…”
dijimos. El amigo no decía nada. Delante de nosotros y hasta el horizonte era
solo soja. A espaldas nuestras los eucaliptus, muy quietos nos escuchaban…y no
decían nada…”
Félix Duarte
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