viernes, 29 de mayo de 2015

LA FARMACIA

 Cuando la gente habita una ciudad, la sociedad de consumo no descansa en su tarea de crear necesidades, que valga la redundancia necesiten algo y para hacerlo más fácil, inventó el shopping. Para temas de salud que le dicen, esta la mutualista, la emergencia móvil, la farmacia en la esquina o el cajón de un mueble, con restos de remedios,de otras recetas, que se guardan “por las dudas”. Muy diferente es allá lejos en lo más profundo del país rural, con algunas varias décadas  menos en las mochilas, de aquel tiempo por el que en el pasado gastamos, sin shopping, sin sociedad de consumo ni cosa que se le parezca…  

Por aquellos lugares casi al borde de la nada, en una época en que la vida daba sus pasos más calmos que ahora, la gente también enfermaba y no había celular ni a quién recurrir. Sin  entender cómo ni desde cuando sabían de sus “magias” ahí estaba algunos. Pasando los “ucalitos” como en la canción de Cafrune, en su ranchito estaba Don Zoilo para golpes, tobillos con torceduras y de esas cosas del trabajo. Por asuntos intestinales, “empachos” de los gurises o no tan gurises, en la estancia vecina, a unas seis leguas, había que ir a buscar a Dona Julita. O en la casa estaban los yuyos de la madre.  

Esos yuyos eran parte de la cocina. Un amplio espacio, quincho de paja y un alero a todo lo largo. Lugar de descanso para el mate, el café o el almuerzo o la cena en el verano. En una madera del techo, en ganchitos de punta a punta estaba la “farmacia”. Hojas, flores, semillas unas enteras, otras trituradas, los pedacitos de ramas, raíces, pastos y etc. etc. Una enormidad de bolsitas, diría Don Verídico. Todas diferentes. Armadas con trozos de telas y no había dos iguales, recurso para saber contenido de  cada una. Eran para infusiones en agua. Caliente, tibia o fría. A veces de un solo yuyo, o podían mezclarse.

La “doctora” de la cocina usaba aquel acerbo de recursos, según el estado del “paciente”. Que yuyo, que cantidad, de uno, dos o más. Además había algo especial que ella fabricaba. En aquellos campos había muchos avestruces (ñandú decían) y cada tanto cazaban algunos y le traían a la madre los muslos, de los que usaba carne para milanesas. Aparte  traían los buches (estómago) para la “especialidad”, usada en indigestiones “graves”. Retiraba la parte exterior del buche. Con suma paciencia la iba tostando, en el metal caliente de la cocina. Al estar duro como cartón lo rompía en trocitos. Y golpeando suave, en un cuenco, hasta tener un polvillo. Punto ese para la bolsita.

Queda hablar de los especialistas. Don Zoilo no usaba mucha “magia”. Sus recursos estaban en la naturaleza. Lugar para “surtirse” era el monte en el arroyito cercano. Usaba mucho las raíces de las plantas acuáticas, que se ven en los remansos, esas partes de aguas quietas, en las orillas. Hacía con varias como una papilla, que aplicaba y vendaba las partes golpeadas. Usaba las ventosas.  Compresas de agua fría o caliente. Reposo y él no se retiraba hasta que no estuviera “de alta” el paciente. En general eran algunos días, según lo que hubiera ocurrido. Pero todo era muy previsible. Nada “sobrenatural”.

No era lo mismo con Doña Julita, especialista en empachos (indigestiones) y su clientela niños o muy jóvenes. Por lo general, en épocas en que maduran las frutas. Cuando bajaba del sulky en el que la fueron  a buscar, en su mano derecha traía su equipo de trabajo. ¿Maletín? ¿Cartera?...no…una cinta de medir que usan las costureras, esas de dos metros. Llega donde está el enfermo, llorando en la cama y agarrando el vientre. Lo hace poner de pié. Le da un extremo de la cinta. Le pide que lo sostenga en el pecho, en el huequito  que hay, sobre el estomago, donde se juntan las costillas.

Ella toma el otro extremo. Retrocede hasta que la cinta está bien tensa. Con la mano izquierda la coloca en su codo derecho. Baja la mano. En el lugar que toca la cinta su derecha, lo toma la izquierda y se repite la operación. Por tercera vez la mano toca la mitad de la cabeza del enfermo. “! Qué empacho guri…!  Exclama y se retira. Vuelve al segundo día y se hace todo igual, pero la mano al final toca la nariz. Quince centímetros menos. Y el enfermo ya no tiene cara de enfermo. Al tercer y último día, el enfermo estaba jugando y hecho todo exactamente igual, la mano de ella toca el huequito.Ese en medio del pecho. Curado.

Finalizando viene ahora el pago. Resulta medio curioso que tanto Don Zoilo como Doña Julita no mencionaron algo sobre sus “honorarios”. A lo mejor  fue porque quienes los llamaron no les dijeron nada. De pronto a Don Zoilo le entregan una bolsita de tela. Saluda y sale caminando hacia su ranchito, que está cerca. Con Doña Julita paso lo mismo el día anterior. ¿Qué tenían las bolsitas? Para él una tira de asado y una botella de caña brasilera. Para ella una torta como le gustaban y factura de bizcochos en el horno de barro. ¿Dinero? No. Ocurre que en aquel lugar no había donde gastarlo. Todo allí era trueque.

Félix Duarte


No hay comentarios:

Publicar un comentario