Toda ciudad,
pueblo o aldea, sean grandes o sean chicos tiene sus personajes propios.
Identifican el lugar porque son de ahí y de ningún otro lado. A Montevideo le
dicen “gran ciudad” pero no lo es. Toda ella cabe en un barrio de la vecina
Buenos Aires, de San Pablo o algo más allá, de Méjico... Por no ser una “gran
ciudad” a Rosita la conocían todos, aunque sus ambientes digamos naturales, eran
en días laborables la zona céntrica. En fines de semana o feriados, los parques
cuando ocurría algo, en cualquier zona o
barrio, que reuniera gente, Rosita nunca faltaba.
De figura delgada,
pañuelo en la cabeza, dejando escapar mechones de cabello
canoso, con un andar rápido. Pasos cortos, nerviosos, ropas modestas y limpias.
Una madera hacia las veces de bastón, en su izquierda. Era claro que no necesitaba
tal apoyo Tal vez sería elemento de utilería para componer el personaje, que se
basaba en una latita en su derecha, que cada tanto movía para que las monedas
pidieran compañía. No hablaba nunca. No insistía. Caminando, se colocaba al
costado de la persona y en silencio hacía notar la latita, con actitud
estudiada de suplica y humildad. O recorría las colas, cuando había...
En jornadas de
intenso calor, se vendaba una pierna. Sentada en un lugar en que hubiera sombra
y que por cierto, hubiera gente que por allí transitara. Recibía con rostro
imperturbable y en silencio, las bromas a veces crueles, sobre la “gravedad” de
su “dolencia”, porque solo algún turista no conocía a Rosita. Tenía sus
“recursos” para días de lluvia o de mucho frío. Era una verdadera profesional. El
personaje que había elaborado, irradiaba compasión, lastima tal vez. Y todo en
el buen sentido y era habitual que algún
pequeño le dijera a la mama...” ¿tenés una moneda para Rosita…?” Así de simple…
En aquella época,
alguna década más sobre la mitad del siglo pasado, hacía poco que trabajábamos
en un Banco y. pocos días que nos pasaron a una agencia en 18, la calle
principal. Aquella tarde era de terrible
temporal. Salvo coches o buses no se veía a casi ninguna persona por las aceras.
La oficina estaba vacía. Ante falta de clientes para atender, cada cual se
ocupaba de sus asuntos pendientes, taza de café humeante por delante. En aquel
silencio, de pronto el ruido de unos pasos, nos hace levantar la vista. Una
señora menuda, de cierta elegancia, con paraguas en mano, pilot, cartera,
cabello canoso.
Repicaban sus
pasos, cortos y rápidos, rumbo al fondo, donde el gerente, que la vio llegar,
esperaba con la puerta abierta de su despacho. Entro la señora y la puerta
volvió a cerrarse. “¿La conoces?” nos dice uno de los compañeros, al ver
nuestra actitud de interés hacia ella. “Lo que voy a decirte es un absurdo,
pero algo –no sé que- en esa señora, me recuerda a Rosita, la de las monedas
que todos conocemos…Ridículo…” – “Pues no tan absurdo ni ridículo…esa elegante
señora es Rosita. Una vez por mes, cuando el tiempo esta como hoy, sin gente en
la calle, ella nos visita. Ven…con el café que te cuento…”
”Yo hace seis
meses que estoy en esta Agencia. Como te decía viene cada mes y hace un depósito.
Y la atiende el Gerente, quien nos llama para indicarnos. Lo que hace es cobrar
intereses de otros depósitos y con eso hace uno nuevo a plazo fijo. El Gerente
nos da las libretas, que guarda él, que la última vez eran 22. ¿Por qué las
guarda él, dirás tú? Es que Rosita vive en una pensión muy modesta, aquí cerca,
no quiere que puedan ver esas libretas. También con la ropa, que no es la que
vemos en la calle, pasa algo parecido. La guarda una señora. Y no sabemos mas.”
El Gerente debe saber pero es claro se
lo reserva. Gasta alguna vez alguna broma …” Si mañana hay sol…Rosita estará en
lo suyo…
Félix Duarte.
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