domingo, 22 de marzo de 2015

EUSEBIO

Su padre Eusebio había llegado desde el sur del Brasil, cuando aún era muy joven el siglo diecinueve. En el pequeño país que era Uruguay, los colonialistas ingleses extendían  los caminos de hierro de las vías del tren, por las que avanzarían después de andado el tiempo y cruzando los campos y asustando pájaros en cielos tranquilos –con el humo pastoso– las locomotoras empujadas a vapor de carbón. No había bisontes ni había búfalos que matar. Ni tampoco indígenas o nativos molestos que exterminar, para que avanzara el camino nuevo sin mayores complicaciones.

Esos animales no habitaban aquellas tierras y los indígenas habían sido ya
exterminados por uruguayos, antes que llegara el tren, porque había que ubicar a nuevos dueños para esos campos. Varios años pasó su padre Eusebio –invierno y verano– a golpe de pico, de pala y de marrón, junto a decenas más de peones. Avanzaban los brazos de hierro. Se nivelaban los valles y se construían puentes desmontando lomas, porque montañas en aquel país no había. Los campamentos con sus carpas avanzaban también. Se preparaba el camino para lana, las carnes y los cueros así como los granos.

Para que todo lo que producían los campos pudiera llegar más barato a los puertos, y de ellos partir hacia los mercados de Europa, enriqueciendo aquí a la naciente oligarquía de los terratenientes del presente, aunque su padre Eusebio –analfabeto y bueno– nada sabía de todo eso. Sólo sabía que para él, aquel trabajo era bueno, porque "los ingleses" pagaban mejor jornal, del que sólo cobraba una parte y el resto, que no precisaba para sus pocos gastos quedaba, como ahorro a su nombre, guardado por la compañía. Al avanzar las vías, avanzaban los campamentos de los braceros Uruguay adentro..

En uno de esos cambios que hacía cada tanto la cuadrilla, aquella vez el campamento se instaló cerca de una estancia. Como ocurría en esos casos, siempre trataban de conseguir en esos establecimientos  algunas hortalizas, si era posible fruta, o algo más que producía la huerta familiar de la estancia. Tal vez unos pollos, a lo mejor trozos de carne, que a veces les vendían y en otras les regalaban, para alegrar un poco el triste guisado de charque, que día tras día y noche a noche proporcionaba la compañía. Cuando estaban en medio del campo, buscaban en la pesca o en la caza de especies silvestres, tales complementos al monótono menú diario..

En esta estancia la conoció. Vivía con sus padres y toda la familia en un extenso grupo que trabajaba y atendía el establecimiento. Y como faltaba poco para terminar el contrato con "los ingleses" y como estaba cansado de tanto picar piedra y tierra bajo el sol la lluvia o  el frío y como en la estancia había lugar para levantar un rancho más, pues allí fue que su padre Eusebio se quedó. Ella escribía con una hermosa letra, limpia y clara como de maestra de escuela. Y al poco tiempo, cuando empezaba lo que sería un invierno muy inclemente y muy lluvioso… a mediados de un muy frío mes de mayo de1932, nació él.


Félix Duarte

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